
El Cártel de Sinaloa es considerado por el Gobierno de Estados Unidos como la organización más poderosa del mundo y se ha convertido en uno de sus principales adversarios, ya que han alterado significativamente la seguridad interna de ese país. Por esta razón, se ordenó la captura y extradición de Joaquín Guzmán Loera, conocido como “El Chapo”, quien ahora se encuentra encarcelado y condenado a cadena perpetua.
La lucha contra el Cártel de Sinaloa no concluyó con la detención y condena de “El Chapo”: actualmente, otros miembros destacados de la organización, como Ismael “El Mayo” Zambada, siguen siendo objeto de investigaciones y persecuciones, aunque él permanece oculto y protegido por el Gobierno de la Cuarta Transformación, ya que no se le molesta ni se le persigue.
En cuanto a Juan José Esparragoza Moreno, “El Azul”, no se tiene información; en 2014, sus familiares afirmaron que había fallecido, pero hasta la fecha, ninguna autoridad ha confirmado su muerte. Al parecer, tampoco hay interés en esclarecerlo.
Asimismo, los hijos de Guzmán Loera –Iván Archivaldo, Ovidio y Jesús Alfredo Guzmán–, así como su tío, Aureliano Guzmán Loera, conocido en el ámbito del crimen como “El Guano”, también son perseguidos.
Por lo tanto, no debió ser muy bien recibida en Washington la actitud del presidente Andrés Manuel López Obrador al saludar a la madre de Joaquín Guzmán –Consuelo Loera– en el municipio de La Tuna, Sinaloa, la tierra natal de “El Chapo”, y al quedarse a comer con la familia criminal más despreciada dentro y fuera de México, salvo por aquellos que se benefician de ellos.
Para el presidente mexicano, lo que hizo es algo habitual, lo que refleja su inconsciencia y su falta de tacto y sensibilidad política. La madre del narcotraficante más poderoso le envió una carta solicitándole su apoyo e intervención ante el Gobierno de Estados Unidos para poder visitar a su hijo.
Pero, ¿por qué el Presidente decidió quedarse a comer con los narcotraficantes? ¿Por qué tanta deferencia hacia los miembros del cártel de Sinaloa? ¿Qué le debe Andrés Manuel López Obrador?
¿Qué está tramando AMLO con el Cártel de Sinaloa? Independientemente de una posible complicidad, que es evidente desde cualquier perspectiva, resulta sorprendente el acercamiento del Presidente hacia este cártel de la droga, especialmente porque en otras ocasiones ha rechazado recibir a activistas sociales que buscan plantearle demandas justas y en beneficio del país.
Uno de esos activistas es el poeta Javier Sicilia, quien junto al señor Lebarón lideró una marcha desde el estado de Morelos hasta el zócalo de la Ciudad de México. Sicilia solicitó al Presidente que lo recibiera; mencionó que le propondría que reconsiderara su estrategia de seguridad, ya que ha sido fallida, pero el Presidente López Obrador se negó a recibirlo y afirmó que lo atenderían en la Secretaría de Gobernación. “No tengo tiempo para recibirlos”, dijo, de manera contundente, el mandatario.
Tras el saludo a la señora Consuelo Loera –que no fue casual en absoluto–, el Presidente ha recibido numerosas críticas. Se le reprocha, por ejemplo, que no ha mostrado la misma consideración hacia las familias que demandan justicia para encontrar a sus seres queridos desaparecidos; López Obrador prefiere ayudar a la familia de un narcotraficante en lugar de a aquellos que sufren por las muertes causadas por el Cártel de Sinaloa con su incesante violencia.
Gran parte de las muertes que han convertido a México en un cementerio son atribuibles a Sinaloa, debido a la guerra que sostiene con otros cárteles por el control territorial y el mercado de las drogas. Eso es algo que el Presidente conoce, pero elude.
Ahora, no está claro cuál es la estrategia que podría seguir López Obrador con su acercamiento al Cártel de Sinaloa. El año pasado, Olga Sánchez Cordero, Secretaria de Gobernación, reveló que el Gobierno de la Cuarta Transformación estaba negociando la pacificación del país con los grupos criminales. En ese momento, afirmó que los avances eran significativos y que los cárteles ya no deseaban violencia.
Y aquí tenemos los dos discursos de AMLO: por un lado, ha afirmado que su Gobierno tiene la responsabilidad de asegurar la paz en todo el país, que no negocia con el crimen, pero, por otro lado, se reúne con los integrantes del Cártel de Sinaloa. El doble discurso: las palabras por un lado, los hechos por el otro.
Sin embargo, si el enfoque adoptado ha sido el de la negociación, los resultados no son evidentes. La violencia de alto impacto persiste, implacable; los cárteles de la droga continúan en conflicto y los crímenes siguen ocurriendo a pesar de la pandemia. Nada los frena y, ante este panorama caótico, las palabras del presidente López Obrador son solo un eco vacío.
El colapso de la Cuarta Transformación parece inminente, especialmente cuando López Obrador se muestra reacio a financiar a las pequeñas y medianas empresas, que están desinfladas por la crisis económica. El Presidente no desea apoyar a los empresarios, lo que podría resultar en un desequilibrio social y potencialmente en una anarquía sin precedentes en el país debido a la ola de despidos que se avecina.
La mente mecanizada del Presidente, su inquebrantable mezquindad, sus odios y serios problemas emocionales –evidentes en sus comportamientos– lo están llevando al caos, al conflicto y posiblemente a su caída política. No se trata de culpar a los conservadores, quienes se han convertido en los responsables de todos los desastres del país. El autor de su propia desgracia es el mismo López Obrador, pero el Presidente no lo reconoce. Si se mirara en el espejo y se aceptara honestamente –sin argumentar que el espejo miente– descubriría una realidad diferente, lo que le permitiría corregir su rumbo. Pero para ello se necesita humildad, algo que brilla por su ausencia en el mandatario.