
La elección para miembros del poder judicial efectuada ayer en México huele a total manipulación, y se percibió así desde hace tiempo, por no decir de origen, y si las cosas siguen así, solo nos quedará aceptar que estamos ante una de las farsas más grandes de la historia “democrática “del país, tal como la mal llamada revocación de mandato que solo mantuvo una campaña de promoción al entonces mandatario AMLO.
La administración de López Obrador diseñó desde el principio un esquema para mantener el poder absoluto, modificando leyes a su conveniencia, cooptando legisladores y colocando a figuras clave en instituciones como el INE para asegurarse de que todo funcione a su favor, claro está, con la debida censura impresa a los medios de comunicación mediante la fuerza del estado combinada con la del crimen organizado, que dejó a muchos comunicadores muertos, otros desaparecidos, exiliados en el extranjero y autocensurados.
El objetivo siempre fue claro: consolidar un régimen único que controle los tres poderes y elimine cualquier posibilidad de oposición real, logrando con esto un poder absoluto en un solo organismo, tal cual era en los años más gloriosos del Partido Revolucionario Institucional, donde la voluntad del Presidente en turno era la que se tenía que cumplir por encima de las leyes y derechos humanos, lo cual AMLO gritaba a los cuatro vientos era aberrante y dañino para el pueblo de México, pero una vez llegando al poder, olvidó esa ideología y volvió a sus orígenes de Priísta, llevando a la metamorfosis a Morena, que hoy podría llamarse el viejo PRI.
La elección de este domingo, en este contexto, es meramente un espectáculo, una fachada que busca aparentar legitimidad en la que todos han participado. La asistencia parece que será muy baja, probablemente no alcanzará ni el 15% del registro, y eso parece ser precisamente lo que se pretendía: una votación tan reducida que no represente un riesgo, que sea fácil de manipular y que al final se declare un logro del nuevo sistema.
Sin embargo, lo más alarmante es lo siguiente: la oposición, sin un líder claro, ha estado ausente durante más de 8 años, sorprendida, incrédula y paralizada, y, en su desesperación, ha decidido promover la abstención para esta elección.
Una campaña inducida que, en realidad, termina favoreciendo al régimen de la 4T, ya que, al no votar, al no organizarse, los opositores dejan el camino despejado para los acarreados, los seguidores del gobierno y aquellos que, mediante recursos y manipulación, deciden fraudulentamente por la mayoría. Esta estrategia de no participar solo beneficia a la maquinaria del régimen, que ya tiene todo dispuesto para manipular los resultados y legitimar un proceso complejo y desmotivador para la mayor parte de la población.
Morena, sus corrientes y sus operadores han movilizado todos los recursos disponibles para que la elección tenga algún nivel de “credibilidad”, pero en realidad solo buscan que la gente vote de acuerdo con sus órdenes, con sus acordeones o listas, en los “cuadritos” preestablecidos, con listas marcadas y votos dirigidos. La oposición, en lugar de luchar por una participación masiva y genuina, alimenta la narrativa de que la elección está decidida, que no hay nada que hacer, al no legitimar con su participación y así, con su abstención, le otorgan la legitimidad al fraude.
El resultado ya está cantado: una elección de Estado, una farsa montada para blanquear la imagen de un régimen cada vez más dictatorial. La participación será tan baja que solo servirá para confirmar que en México ya no hay democracia, solo un régimen que se apoya en la manipulación, la cooptación y la mentira para mantenerse en el poder. La situación es grave, y si esto continúa, el país se encaminará irremediablemente hacia una nueva etapa de autoritarismo sin freno.